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sábado, 1 de octubre de 2011

Vida y cultura en "Las despedidas" de Alicia Jurado

“VIDA Y CULTURA EN “LAS DESPEDIDAS” DE ALICIA JURADO”.

Por Guillermo R. Gagliardi.


(I).- Establecemos definitivamente a la escritura Juradiana como evidentemente Femenina. En la forma y el fondo. Los significados, los verbos, los giros idiomáticos.
En las observaciones sobre las tareas y enseres cotidianos, por ejemplo. ALICIA JURADO (1922-1911), encarna por excelencia a la Mujer Intelectual e Integral: lee, estudia, viaja, polemiza si es necesario, y cose, cocina, barre, encomia telas, bordados y alfombras.

Dotada de una especial simpatía humana: detiene su lente en describir rostros, lenguajes, modales, posturas, vestidos, de personajes del pueblo como de los sitios más selectos.

Su Clasicidad le es innata, su precisión verbal, su accionar justo, su completo amor por lo verdadero, su culto inclaudicable por la Belleza multiforme: pintura, música, escultura, jardines...

Activísima y ordenada en sus viajes y sus estudios, sus apuntes, su riquísimo “diario”. Cuidadosa en la elaboración y edición de sus obras literarias. Exquisita sentidora de todo lo Vital: flores, aves, voces humanas, instrumentos musicales:

“Hablo siempre de la luz y del color; el canto de los pájaros no me
deja, música de fondo de todas las músicas, pero ¿por qué olvidar
los olores?...”.

Adorna su relato con transcripciones de su diario personal, reveladoras y magníficas. Semeja una mujer Griega, hasta en la prestancia de su figura y elegancia de sus vestidos y distinción de sus palabras.
Luminosa e iluminadora, excepcional:

“en la primavera recién iniciada, rejuvenecida por la dicha, iba por
el monte retozando como un cordero, saltando los troncos caídos,
canturreando, oliendo, tocando, oyendo...”.

Semsibilidad de resplandor helénico, un impresionismo álacre sorprendente. Junto con este bullicioso estado de ánimo, luego trazará su Apología del Silencio, renovador, personalizado, contrapuesto al ruido insoportable de la era Global.

(II).- La escritora sabe aunar con total sabiduría el mundo externo y el doméstico. Los juicios más serios y fundados sobre una obra teatral, un concierto, la arquitectura de un palacio, como los menores detalles del hogar familiar, la vajilla, las telas, las visitas, las costumbres comunes, el arreglo de muebles y cortinas, la preparación de platos y las recepciones.

“De escuela en escuela, de país en país, de museo en museo, voy
acumulando un tesoro. Aprender, aprender siempre: reconocer,
relacionar, comprender...”.
Así construye su peregrinación humanística.

Experimenta repetidas veces, en su extensa e intensa jornada terrena, distintas y apreciadas “formas de felicidad”: la lectura, la familia, las amistades, la investigación literaria, los paisajes, su “comunión” con las obras de arte desde las más encumbradas a las populares, los premios, las bibliotecas, las conferencias, etc.. Considera a éstas como “la comunión espiritual con una multitud de desconocidos”, “una forma de felicidad desconocida”: así la distingue, vgr., al recibir el Premio Internacional Americano Alberdi-Sarmiento (‘La Prensa’, 1973), “uno de los días más importantes de mi vida”.

Poseía una altísima capacidad de admiración y de conocimiento, de humildad y de dignidad, las más áureas virtudes éticas y supremas calificaciones humanas: bondad, respeto, laboriosidad, humanidad, sentido de la Justicia, nobilísimo concepto y práctica del Civismo.

(III).- Ante lo trágico o lo cómico, de todo contienen nuestras vidas, siempre observa mesura, lógica. Obedece al principio clásico del “meden agan”, el no exceso ni la pasión descontrolada. La conducta recta y racional: estas cualidades configuran su elección moral ante la vida.

La fuerza de voluntad, la energía Hacedora y el placer creativo subrayan sus días y obras. Desenvuelve el carácter como vector indispensable. Por ello su firme personalidad, la marca original, “juradiana”, de sus escritos, sus decires y opiniones, sus afirmaciones.

En la bióloga-escritora, abundan los testimonios de magia y hechizo, de dolor, junto con los juicios más estrictamente razonados y medidos.

Su Argentinismo es raigal. Sus nobles antepasados fueron culto de su corazón e inteligencia. Enriquecieron en el tiempo, esa “aristocracia criolla” que ella representa tan cabalmente y una literatura del mejor calibre, en lo internacional y en lo nuestro.

Vibra su alma ante la naturaleza canadiense, brasileña, marrueca, india..., argentina. En el botánico de Montreal anota, spinoziana, “sub specie aeternitatis”:

“Estoy sumida en los problemas eternos. Qué es la belleza, en qué
consiste la experiencia estética, qué sentido tiene esa naturaleza que
espanta y maravilla. ¿Por qué esta emoción ante las impecables si-
metrías y ante las asimetrías elegantísimas...”.

El “apogeo de los lirios”, o el de los tulipanes, la sume en un misticismo, inefable, y desde su visión impresionista, delicada, descubre asimismo, a cada momento, su privilegiada sensibilidad, su caridad concreta, su constante interés por las personas reales, las angustias y agonías de todo el mundo.

Se conmueve ante la guerra de Malvinas p. ej., sus agudas miradas sobre el conflicto bélico, su entusiasta defensa de los jóvenes arrojados a una guerra “estúpida”, “insensata”. Nunca permaneció ajena a su circunstancia, a su tiempo, a su gente:
“hay hombres que agonizan en mares helados, que se desangran
entre las rocas inhóspitas de esas islas malditas. No lo puedo ol-
vidar nunca. Me oprimen esas agonías mientras leo, cocino, fumi-
go las plantas, coso, bordo, ordeno, riego, reviso la corresponden-
cia..”.

“Me echo a llorar. Me duele mi tierra: me duelen el frío y el
miedo de los que esperan la muerte en las trincheras...¿Cómo
volverán, si vuelven?...Segados a los veinte, a los dieciocho años,
los lloro aunque nunca los haya visto...”.

(IV).- En sus numerosos viajes anota las múltiples impresiones con “voluntad de estilo”, que alcanza un entero nivel poético, en una prosa creativa de superior calidad estética. Así apunta, en el punto más septentrional europeo:

“El agua era gris brillante y sobre ella se asentaba un colchón de
nubes: desde allí se extendían sobre el cielo, en color gris plomo, dos
alas gigantescas de arcángel apocalíptico y por debajo asomaban los
rosados amarillentos del sol que momentáneamente oculto, seguía
iluminándolo todo con intensa claridad”.

Experiencia de tinte religioso excepcional, que la invade en todo su ser:

“...me bebí la luz, el mar, las alas del arcángel, y la embriaguez de ese
vino cósmico, con el que comulgaba sin duda por única vez en la
vida, me colmó de una alegría tan singular que volví de aquel
páramo, silenciosa y transfigurada, como si hubiera intuido a la Di-
vinidad”.

Un arrobamiento sublime que invade sus finísimos sentidos, sólo casi compar

able ante las audiciones de la colosal música beethoveniana, o la de los celestiales Juan Sebastián Bach o Wolfgang Amadeus Mozart, cuya “alma contuvo el paraíso y lo tradujo en música” y “mi gratitud por haberme dado, a lo largo de mi vida, más alegría que ningún otro mortal”.
Sobre Bach: “Mi gratitud, que no puede manifestarse en oraciones, aflora en lágrimas...¡cuánto te debo!. ¡En qué medida, a lo largo de los años, tu música admirable me dio alegría y solaz!”.

Asiste a estos espectáculos, invariablemente, con “una sed antigua”, ávida, dorada, y un especial “espíritu de fiesta”, “me los bebo sorbo a sorbo”, inundada por el deslumbramiento y el asombro.

(V).- En seguimiento del concepto orteguiano de “vida noble y vulgar” que expone el filósofo en su “La rebelión de las masas” (1931, Primera parte: VII)), nuestra científica humanista ejemplifica un ser “selecto”, excelente, que se exige a sí misma en todo momento, se esfuerza en adquirir una superior Nobleza.

José Ortega y Gasset (1883-1955) escribe: “Para mí nobleza es sinónimo de vida esforzada, puesta siempre a superarse a sí misma, a trascender de lo que ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia”.

Escribe huxleyanamente: “..no me atrae la termitera uniformada, televidente, probablemente esclavizada por un estado todopoderoso y hundida en la vulgaridad y en el material plástico”. Sustancial autodefinición; así era Alicia Jurado, contundente, meridiana...

(VI).- Alicia encarna el verdadero “ser de Cultura” según las notas imperecederas trazadas por el pensador Romano Guardini (1885-1968). En la Era Actual se ha perdido en la vida cultural, el “elemento contemplativo”. Es decir, la necesaria “Meditación”, que nos aleja de las convenciones, de la vulgaridad, y de la Propaganda, y que por el contrario, ahonda en nuestro propio ser, enriquece y expresa nuestro sentir y perspectivas.

Nuestra admirada escritora traduce su “interioridad”, se opone “a las tendencias superficializadoras y dispersoras de la época”. Fortalece la autoridad de su espíritu, contra toda tiranía.
Como piensa Guardini, “Se pondrá en situación de ver como por primera vez lo que ocurre, de enjuiciarlo correctamente y de penetrar con la mirada las pseudoobviedades que por todas partes se consolidan como congeladas”. Denomina a esta habitual operación de la literatura juradiana, como “Meditación Cultural” ante hechos, personas, obras de arte, geografías y naturaleza (según hemos analizado y transcripto ut supra).

Ejerce su humanidad enteramente, al “instalarse” en esta postura: de seriedad y de responsabilidad.

“Por la meditación entraría el hombre entero en la consideración, así como se pondría ante su mirada todo el conjunto de sentido de lo considerado”.

Estos conceptos del teólogo ítalo-germano, ¿así como los pensamiento de Ortega anteriormente citados), retratan, a nuestro entender, con exactitud, la esencia de toda la obra juradiana.

Nuestra autora, en palabras del autor de “El ocaso de la era moderna”, llega a la “comprensión auténtica”, aquella que ingresa “en lo esencial” e instaura “una seriedad”.

Y también ejerce, la biógrafa y narradora, otra condición que explica el profesor veronés, la “ascética”: en el sentido de “adoptar una actitud y hacerla prevalecer luchando”.
Esfuerzo, disciplina, concentración, jalonan la construcción de su cultura personal y trascienden al lector, conforman una auténtica “imagen existencial”, libre y digna. “Y esto quiere decir, llegado el caso, de renunciar a la prioridad, al prestigio, a la ganancia” (en su “La cultura como obra y riesgo”, Madrid, 1960).

Forma, informa al lector, lo cultiva, lo torna más valioso metafísicamente. Posee “grandeza”, desprendimiento de sí misma, “grandeza en la actuación y en el ser”, “un nuevo modo de ver, de valorar y de ordenar” , en cuanto “no cuantitativo”, “sino asunto de valor interior; asunto de la libertad y del estilo”.

Esta manera de ser de la literatura Juradiana, que ejemplificamos a través de “Las despedidas- Memorias, 1972-1992”, define su estilo privilegiado de desplegar su Condición Humana, “manera auténtica de ser”..., “en contraposición a una manera artificial y adquirida”. “Realiza lo humano de un modo valiente y grande”.

Desarrolla su formidable vida y obra, activa y relacional, “ordenándose con arreglo a su esencia”, desde su interioridad más genuina...

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